En un país como España cuesta sobremanera tomarse en serio la actual crisis económica, no digamos las políticas encaminadas a combatirla, sean la del Gobierno o la de la oposición, aunque la de esta última ni siquiera sepamos en qué consiste. Lo cierto es que no se habla de otra cosa desde hace diez meses y sin embargo, en conjunto, nada cambia ni se prevé que lo haga. Claro que hay muchos más parados, y que a bastantes se les están ya acabando las ayudas al desempleo y se ignora qué será de ellos. Pueden añadir las dificultades de numerosas empresas, el previsto desmoronamiento de las inmobiliarias salvajes (contra cuyos abusos no hizo nada ningún político, pese a las incontables advertencias de quienes no somos políticos ni economistas, era una cuestión de mero sentido común), la falta de escrúpulos de la banca y lo que ustedes prefieran. Pero no hay manera de tomarse en serio esta crisis cuando yo me siento a escribir esta pieza el jueves 11 de junio y resulta que en mi Comunidad vuelve a ser fiesta, lo cual invitará a muchos ciudadanos a tomarse libre mañana, viernes –es decir, a hacer puente–, y a no reincorporarse a sus tareas hasta el lunes 15. Esto no es algo excepcional, sino la norma. En Madrid, en menos de tres meses, fue festivo el 19 de marzo, jueves, con el consiguiente puente hasta el lunes 23; a continuación, el viernes 3 de abril se inició la “operación salida” de Semana Santa, la cual terminó aquí el lunes 13, pero en muchas zonas del país el martes 14; el viernes y sábado 1 y 2 de mayo volvieron a ser fiesta, y de nuevo lo fue el viernes 15 de mayo, San Isidro; y, como si todo esto no bastara, hoy otra vez, Corpus Christi (?). Esto significa que entre el 15 de marzo y el 15 de junio, han sido más o menos inhábiles 39 fechas, contando sábados, domingos y la Semana Santa entera (pero no el Lunes de Pascua). O, lo que es lo mismo, el 43% de los días, cerca de la mitad de los transcurridos.
¿Es esto serio? ¿Es aconsejable? ¿Es propio de una sociedad inmersa, según se nos repite a diario con cabellos mesados y vestiduras rasgadas, en la más grave emergencia económica desde la Segunda Guerra Mundial? ¿Tiene algún sentido que la producción y la actividad se interrumpan a lo bestia, cada dos por tres? (Y ya verán cómo en verano ninguna población suspende sus jornadas de holganza y ruido llamadas “fiestas patronales”.) Entre las medidas contra la famosa crisis, ¿cómo es que ni a un solo político se le ha ocurrido revisar el disparatado calendario y alterarlo temporalmente? (Confesaré al instante, para los suspicaces, que, al ser yo autónomo, lo normal es que trabaje todos los días, sábados, domingos y Semanas Santas incluidos, cuando me lo permiten las procesiones de los desocupados.)
Tampoco ayuda a tomársela en serio saber que mucha gente que gana al mes 1.500 euros de media está acudiendo a Cáritas a pedir comida porque necesita el dinero para pagar la hipoteca y las letras del coche. Y uno se pregunta quién diablos obliga a nadie a tener un piso en propiedad o a poseer un coche, o quién lo ha convencido de que esas dos cosas se cuentan entre las necesidades básicas e irrenunciables. Igualmente, cada vez que alguien va al paro y sale en televisión contando la miserable situación en que se queda, no suele dolerse de la falta de dinero para comer, o para vestir a sus hijos y llevarlos a la escuela, o para pagar la luz y el agua, sino que, machaconamente, se lamenta de las dificultades que lo aguardan para cumplir con la hipoteca y con los plazos del automóvil. Y vuelvo a preguntarme quién lo obligó a meterse en la adquisición de tales bienes prescindibles. Bueno, los bancos, que ahora escatiman los créditos, fueron los grandes tentadores hasta hace cuatro días, desde luego, pero no obligaban. (También para los suspicaces, me apresuro a decir que vivo en régimen de alquiler y que jamás he tenido coche.)
La morosidad se ha multiplicado en los últimos años, mucho antes de la crisis. ¿Qué clase de sociedad es esta en la que se considera normal vivir permanentemente por encima de las propias posibilidades, y solicitar créditos no para lo esencial ni para lo excepcional, sino para cualquier chuminada o capricho, para celebrar por todo lo alto la comunión de la niña, como si fuera una miniboda, o irse de vacaciones no aquí cerca, sino a Cancún o a Bali? Parece haber, además, una absoluta incapacidad para bajar de las nubes. ¿Cómo voy a renunciar a esto y aquello, si ya lo he tenido?, piensa casi todo el mundo, y, con el habitual espíritu pueril de nuestra época, se vuelve hacia el Estado, como si fuera el progenitor, para que ponga remedio a sus frustraciones particulares. Y el Estado, pusilánime e imbecilizado, da ayudas para que la gente siga comprándose coches (sólo de lujo y contaminantes, si se trata de esperanzaguirreños) y continúa manteniendo todos los improductivos y demenciales puentes que jalonan nuestro calendario. ¿Cómo pretenden los políticos, los economistas, los banqueros, los empresarios y los sindicatos que nos los tomemos en serio?
¿Es esto serio? ¿Es aconsejable? ¿Es propio de una sociedad inmersa, según se nos repite a diario con cabellos mesados y vestiduras rasgadas, en la más grave emergencia económica desde la Segunda Guerra Mundial? ¿Tiene algún sentido que la producción y la actividad se interrumpan a lo bestia, cada dos por tres? (Y ya verán cómo en verano ninguna población suspende sus jornadas de holganza y ruido llamadas “fiestas patronales”.) Entre las medidas contra la famosa crisis, ¿cómo es que ni a un solo político se le ha ocurrido revisar el disparatado calendario y alterarlo temporalmente? (Confesaré al instante, para los suspicaces, que, al ser yo autónomo, lo normal es que trabaje todos los días, sábados, domingos y Semanas Santas incluidos, cuando me lo permiten las procesiones de los desocupados.)
Tampoco ayuda a tomársela en serio saber que mucha gente que gana al mes 1.500 euros de media está acudiendo a Cáritas a pedir comida porque necesita el dinero para pagar la hipoteca y las letras del coche. Y uno se pregunta quién diablos obliga a nadie a tener un piso en propiedad o a poseer un coche, o quién lo ha convencido de que esas dos cosas se cuentan entre las necesidades básicas e irrenunciables. Igualmente, cada vez que alguien va al paro y sale en televisión contando la miserable situación en que se queda, no suele dolerse de la falta de dinero para comer, o para vestir a sus hijos y llevarlos a la escuela, o para pagar la luz y el agua, sino que, machaconamente, se lamenta de las dificultades que lo aguardan para cumplir con la hipoteca y con los plazos del automóvil. Y vuelvo a preguntarme quién lo obligó a meterse en la adquisición de tales bienes prescindibles. Bueno, los bancos, que ahora escatiman los créditos, fueron los grandes tentadores hasta hace cuatro días, desde luego, pero no obligaban. (También para los suspicaces, me apresuro a decir que vivo en régimen de alquiler y que jamás he tenido coche.)
La morosidad se ha multiplicado en los últimos años, mucho antes de la crisis. ¿Qué clase de sociedad es esta en la que se considera normal vivir permanentemente por encima de las propias posibilidades, y solicitar créditos no para lo esencial ni para lo excepcional, sino para cualquier chuminada o capricho, para celebrar por todo lo alto la comunión de la niña, como si fuera una miniboda, o irse de vacaciones no aquí cerca, sino a Cancún o a Bali? Parece haber, además, una absoluta incapacidad para bajar de las nubes. ¿Cómo voy a renunciar a esto y aquello, si ya lo he tenido?, piensa casi todo el mundo, y, con el habitual espíritu pueril de nuestra época, se vuelve hacia el Estado, como si fuera el progenitor, para que ponga remedio a sus frustraciones particulares. Y el Estado, pusilánime e imbecilizado, da ayudas para que la gente siga comprándose coches (sólo de lujo y contaminantes, si se trata de esperanzaguirreños) y continúa manteniendo todos los improductivos y demenciales puentes que jalonan nuestro calendario. ¿Cómo pretenden los políticos, los economistas, los banqueros, los empresarios y los sindicatos que nos los tomemos en serio?
Javier Marías. El País Semanal 28.06.2009.
Aquestes reflexions de Marías es poden compartir o no, però no hi dubte de que són interessants, i són una mostra més de la mentalitat gitana mediterranea que tenim a este país.
Desde el lupanar de rica miel.
1 comentario:
Reconozco que no me cae especialmente bien Javier Marías, que cada vez, cosas de la edad, desbarra sobre temas en los que no debería. Pero respecto a este artículo "chapeau", ha dado en el clavo. Necesidades creadas... y la culpa es del Gobierno (nuestra no, por supuesto, que somos super-responsables).
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